Destacados

  pedidos@latiendadefrayleopoldo.com   +34 958 27 53 52

Menú

Evangelio - La Palabra Del Día

sábado 15 de noviembre de 2025

Sábado Ordinario 32ª Semana 4ª de Salterio

Día de San Alberto Magno
Tiempo ordinario

Textos

Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real, cual guerrero implacable, sobre una tierra condenada al exterminio; empuñaba la espada afilada de tu decreto irrevocable, se detuvo y todo lo llenó de muerte, mientras tocaba el cielo, pisoteaba la tierra.

Porque toda la creación, obediente a tus órdenes, cambió radicalmente su misma naturaleza, para guardar incólumes a tus hijos. Se vio una nube que daba sombra al campamento, la tierra firme que emergía donde antes había agua, el mar Rojo convertido en un camino practicable y el oleaje impetuoso en una verde llanura, por donde pasaron en masa los protegidos por tu mano, contemplando prodigios admirables. Pacían como caballos, y retozaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.

R/. Recordad las maravillas que hizo el Señor

Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.

Hirió de muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y entre sus tribus nadie tropezaba. R/.

Porque se acordaba de la palabra sagrada
que había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R/.

Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Frente al cansancio, y al desaliento ante las adversidades, y para mantener viva la esperanza, Jesús ofrece esta parábola de la que pueden extraerse dos lecciones: la importancia de la oración perseverante  y la apertura de Dios a las necesidades de los hombres. Dios siempre escucha y siempre responde a nuestra oración cuando ésta es verdadera,  porque la oración, nos dice Jesús, tiene sus señas de identidad: filial, confiada, perseverante, humilde, reconciliada  y creyente. A Dios no le cansa nuestra oración; somos nosotros los que nos cansamos de orar. ¿Por qué? Porque la instrumentalizamos, convirtiéndola en plataforma para adquirir algo que, al no conseguirlo a nuestra medida, nos desalienta. Hay que orar con la fe de la viuda. Pero, “¿Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.