¿De qué sirve un muro, erguido y altivo, si en su interior no late la vida de una persona a quien se le reconoce su valía?
Hoy han comenzado unas obras en las que el ladrillo y el hormigón no son fin en sí mismos, sino instrumento humilde para alcanzar a los verdaderos protagonistas: esas personas expulsadas tantas veces de la mesa del bienestar. En la que fuera residencia de Fray Leopoldo, se alzarán 85 viviendas que no sólo ofrecerán cobijo, sino también consideración a quienes más la reclaman.
Queremos ir más allá del simple reparto de metros cuadrados; aspiramos a regalar calor de hogar. De ahí el nombre de Casa Común: un lugar de convivencia y fraternidad que hunde sus raíces en el ejemplo del hermano limosnero, siempre dispuesto a abrir la mano y el corazón al desvalido.
Habrá espacios compartidos, habrá puertas abiertas; porque lo que aquí se fragua no son únicamente casas, sino una manera distinta —y acaso más humana— de habitar el porvenir.
¿Y si la Casa Común Fray Leopoldo nos recordase, con la fuerza de lo obvio y lo olvidado, que la verdadera obra no consiste en levantar paredes, sino en aprender a vivir juntos?
Hermanos Capuchinos