Amar hasta el extremo
En la tarde del Jueves Santo, cuando el sol empieza a caer y la memoria cristiana se vuelve más intensa, la comunidad de la Parroquia de la Inmaculada y Santuario de Fray Leopoldo se ha reunido para celebrar uno de los momentos más conmovedores del año litúrgico: la Cena del Señor.
Jesús, sabiendo que su hora estaba cerca, quiso dejar grabado en el corazón de sus discípulos –y en el nuestro– el resumen de su vida: el amor hecho servicio. Partió el pan, ofreció el vino, y con la humildad de quien se sabe Maestro y siervo, se ciñó una toalla y lavó los pies de sus amigos.
“Os he dado ejemplo –dijo– para que lo que yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis”.
En el altar, el gesto se hizo de nuevo presencia. El lavatorio de los pies fue vivido como una oración encarnada por los que hoy representan a tantos que sufren: niños, jóvenes, ancianos, mujeres, migrantes, víctimas de la soledad o la pobreza… Y también, como acto de conversión, nos lavamos los pies entre nosotros, porque queremos seguir aprendiendo a amar, a servir, a perdonar.
La celebración continuó con la memoria viva de aquel pan partido y de la sangre entregada. Al final, el Santísimo fue trasladado en silencio hasta el Monumento, evocando la soledad del Huerto de los Olivos. Jesús nos invita a velar con Él, a no quedarnos dormidos, a permanecer fieles en el amor.
En este día santo, resuena con fuerza la invitación de Cristo: “Haced esto en memoria mía”. No es solo repetir gestos litúrgicos. Es convertir nuestra vida entera en servicio, en fraternidad, en don. Como lo hizo Fray Leopoldo, que desde su pequeñez supo amar hasta el extremo a quienes se acercaban a él con fe.
Hermanos Capuchinos